No levantaba ni tres palmos del suelo cuando comencé a oír tu nombre, Fernando, no levantaba ni tres palmos del suelo cuando comenzaron a alagarme con nuestro parecido y no levantaba ni tres palmos del suelo cuando te empecé a querer. Resulta extraño, nunca conseguí tener contacto contigo, ni tan si quiera te dio tiempo a acariciarle la enorme barriga a mi madre y con perdón de la blasfemia, pero qué putada. Dicen que abrí los ojos y pudieron vislumbrar tu alma rocanrolera, esos ojos verdes que tanta gente adjetiva de traicioneros, que crean adicción y dudas, esos que solo tenemos tú y yo de entre toda la gente que comparte nuestro apellido. A medida que crecía todas las personas que tuvieron el privilegio de un ínfimo contacto contigo me asemejaban a ti... Y luego estaba mamá, tu hermana, la misma que lloraba cuando decía: ‘Eres exactamente igual que el’ y luego comenzaba a describirte con muchísimo mimo cuidando tu recuerdo aún, entre paños, evitando que se rompa, se olvide. ¿S...
Tres, gracias a ti no creo en las supersticiones siempre tuve una idea errónea sobre los números impares, sobre lo que puede implicar una cifra más, un segundo más, un euro más… y al final, acabas por reconocer que realmente en tu vida no necesitas más. En mi casa somos tres, siempre tres, tres mujeres para ser exactos, torbellinos de carácter exagerado que hacen de este lugar hostil un hogar. Risas, siempre hay risas, y es lo que más valoro en la vida, porque cada vez que veo a mi hermana y a mi madre reír siento que vuelvo a nacer, que siempre quedan razones y motivos. Tres, siempre tres, coordinadas para sentirnos violentas ante la llegada de extranjeros a nuestra humilde morada que siempre huele a café con ese toque final al entrañable suavizante de la ropa. Tres, siempre tres, con nuestros respectivos habitáculos que se convierten frecuentemente en lugar de reunión ya que se nos dificulta eso de estar separadas. Tres, siempre tres, respetando nuestros horarios predeterminad...