Tres, gracias a ti no creo en las supersticiones
siempre tuve una idea
errónea sobre los números impares, sobre lo que puede implicar una cifra más,
un segundo más, un euro más… y al final, acabas por reconocer que realmente en
tu vida no necesitas más.
En mi casa somos tres, siempre tres, tres mujeres para ser
exactos, torbellinos de carácter exagerado que hacen de este lugar hostil un
hogar. Risas, siempre hay risas, y es lo que más valoro en la vida, porque cada
vez que veo a mi hermana y a mi madre reír siento que vuelvo a nacer, que siempre
quedan razones y motivos. Tres, siempre tres, coordinadas para sentirnos
violentas ante la llegada de extranjeros a nuestra humilde morada que siempre
huele a café con ese toque final al entrañable suavizante de la ropa. Tres,
siempre tres, con nuestros respectivos habitáculos que se convierten
frecuentemente en lugar de reunión ya que se nos dificulta eso de estar
separadas. Tres, siempre tres, respetando nuestros horarios predeterminados que
nunca fueron pactados, bendito silencio pre siesta, cómo lo agradezco. Tres,
muy a mi pesar siempre tres, que en un tiempo pasado tuvieron que sufrir lo
indecible para llegar al presente. Tres, siempre somos tres, en coordinación
las que respondemos al unísono un ‘felices’ cuando nos peguntan que qué tal
estamos. A la hora de salir de nuestra casita también somos tres, porque ¿Qué
sería de nuestras vacaciones sin que mamá se pierda, yo me ubique y mi hermana
se duerma?.¿Hombres? Innecesarios. Las tres hemos sido
electricistas, cocineras, albañiles y obreras, siempre mano a mano, siempre
seis manos.
Nunca creí en la suerte, pero bendito tres.
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