No levantaba ni tres palmos del suelo cuando comencé a oír tu nombre, Fernando, no levantaba ni tres palmos del suelo cuando comenzaron a alagarme con nuestro parecido y no levantaba ni tres palmos del suelo cuando te empecé a querer. Resulta extraño, nunca conseguí tener contacto contigo, ni tan si quiera te dio tiempo a acariciarle la enorme barriga a mi madre y con perdón de la blasfemia, pero qué putada. Dicen que abrí los ojos y pudieron vislumbrar tu alma rocanrolera, esos ojos verdes que tanta gente adjetiva de traicioneros, que crean adicción y dudas, esos que solo tenemos tú y yo de entre toda la gente que comparte nuestro apellido. A medida que crecía todas las personas que tuvieron el privilegio de un ínfimo contacto contigo me asemejaban a ti... Y luego estaba mamá, tu hermana, la misma que lloraba cuando decía: ‘Eres exactamente igual que el’ y luego comenzaba a describirte con muchísimo mimo cuidando tu recuerdo aún, entre paños, evitando que se rompa, se olvide. ¿S...